Relato pendiente de una caminata
Un cuarto propio
Esta caminata sucedió una noche de invierno. No estaba pautada como tal (o sí, y yo no lo recuerdo) pero así se dió. Habíamos quedado en encontrarnos en el centro de Montevideo e ir hasta Ciudad Vieja para asistir a una obra de teatro.
Alguna llegó primero, otras fueron cayendo a los pocos minutos y la última fue siguiendo desde el bondi el punto azul del mapa que le indicaba el lugar justo para bajarse al encuentro. Cuando menos lo esperaba mi cuerpo se había formado, casi de casualidad entre bienvenidas, ilusiones, sonrisas y una polenta bárbara por asistir a un espectáculo para el que habíamos comprado entradas mucho tiempo antes, lo que hizo, que de algún modo, nos tomara casi por sorpresa. Fue entonces que andando entre sus pasos lentos y nocturnos surgieron los míos. Yo, Itzá, que no suelo improvisar mi caminar sobre la marcha me vi gratamente sorprendida. Estaba caminando una vez más por la ciudad, esta vez era de noche. Me preguntaba que iba a suceder con mi existencia cuando estas mujeres que me arman entraran a la sala donde sucedería la obra. ¿Entrarían desde su individualidad y yo me diluiría en ella? ¿Lograría estar ahí como cuerpo colectivo?
Hoy creo que sucedieron las dos cosas.
Salí de ese espacio conmovida, alegre, esperanzada, queriéndome más. Busqué un bar donde poder sentarme y comentarme todo lo que se movió en mi. Me senté en un espacio techado del bar, sobre la vereda y pedí una cerveza. Estaba felíz, un poco absorta, me costó un tiempo entender el entorno, la realidad que sucedía. Pero en la calle gritaban la injusticia, la desesperación, la locura, el dolor, las desventuras de un hombre. El tránsito no se detuvo, la situación era de peligro. Los autos pasaron ajenos, compenetrados en su prisa. Yo miraba desde el bar, revuelta en las contradicciones de sentires en que me sumía la noche.
Podría detenerme más, detallar en relatos lo sucedido, qué hice, qué no hice, cómo siguió ese hombre, cómo no siguió, qué pasó en las otras mesas, la indiferencia, la no indiferencia. Pero esta vez decido centrarme en una reseña de la obra, fue una experiencia cálida que contrastó con la injusticia de esa noche fría.
Un cuarto propio
Nos adentramos en La Madriguera. La casona vieja en Ciudad Vieja que abraza con melancolía y expectativa desde que pasás el umbral. La lista de las reservas la gestiona Estibaliz, la directora de la obra. Ella nos entrega los programas, un fragmento de patrones de costura en donde leemos los nombres de todas las personas que hicieron posible el proceso creativo de Colectivo La Tijera.
Un cuarto propio es de esas obras de teatro que empiezan mucho antes de ser compartidas con el público.
Para las Habitadas, uno de los comienzos podría ser cuando Ana, hacia el final de la defensa de su tesis de maestría Urbanismo feminista en Montevideo: de la teoría a la práctica, a partir del estudio de caso: concurso para espacio público Las Pioneras , leyó el fragmento de Una habitación propia de Virginia Woolf que también resuena en la obra: ` Las mujeres han sido siempre pobres, no solo por doscientos años sino desde el principio del tiempo. Las mujeres han tenido menos libertad intelectual que los hijos de los esclavos atenienses. Las mujeres, por consiguiente, no han tenido la menor oportunidad de escribir poesía (...) Por eso les ruego que escriban toda clase de libros,por trivial o por vasto que sea el tema. Quizá también la obra empezara unos meses antes, mientras Tania trabajaba en su tesis Vejeces en el contexto urbano. Aportes feministas para la planificación desde la experiencia de las personas mayores del Municipio D, en las caminatas con las adultas mayores que le confiaron con mucho amor sus saberes, para que ella los hilvanara en un telar de experiencias cotidianas muchas veces menospreciadas. O quizá, yendo bastante más para atrás, pero como parte del mismo tejido, el comienzo de la obra podría estar con nuestras madres, abuelas, primas,hermanas, tías, vecinas y todas las mujeres cuidadoras que en sus cuartos de costura o en el espacio de tranquilidad que construye la noche, fueron cosiendo el tiempo para que nosotras estemos hoy acá, mujeres universitarias.
La invitación es a recorrer el cuarto mientras transcurre la obra, para poder reparar en cada detalle, para poder mirar y sentir desde múltiples perspectivas, con la posibilidad de estar sentades en una silla para aquellas personas que así lo requieran.
La habitación en La Madriguera se vuelve todas las habitaciones. En el centro, encontramos la cama tendida con un acolchado construido con patrones de costura que por momentos parecen cartografías, líneas punteadas de límites no definidos entre territorios todavía no explorados. Paola está recostada sobre un almohadón con forma de corazón. Como quien hace una brujería, las alfileres se pinchan en el corazón para no perderlas. Lo mismo que hace la memoria colectiva, heridas y orgullos compartidos clavados en el corazón de todas. Karen dialoga con Paola como un espejo, las dos se rozan, danzan, se encuentran en tiempos diferentes. Ellas somos todas, cuando nos miramos, a nosotras mismas y a las otras, cuando nos olvidamos de quienes somos y cuando nos volvemos a encontrar. Danzar juntas es nuestro mayor hallazgo. Mavi nos va guiando con su sonido, lleva el pulso. En las paredes vemos proyectados relatos de mujeres que cuentan sus anécdotas y llevan una fibra muy familiar en sus ilusiones y decepciones. Cada tanto, se teje una poesía, una carta de amor, el resto de una canción. Esas mujeres son las ancestras de las mujeres que nos convocan a la obra, pero bien podrían ser las nuestras las que estuvieran hablando ahí, las historias podrían multiplicarse infinitamente, porque como decíamos más arriba, esta obra es una obra que empieza mucho antes. Los rincones de la habitación están llenos de pequeños abrazos. La lata llena de botones que está en la mesita de uno de los lados del cuarto da ganas de sentarse a jugar: agrupar los botones por colores, tamaños y apartar los más lindos antes de volverlos a guardar. En la otra punta, la aguja de la máquina de coser está a punto de clavarse en las hojas de un libro, como quien cose ideas, arma vestidos o crea obras de teatro: aún en el silencio parece resonar el martillar de la máquina de coser, como el sonido de las teclas de una máquina de escribir o el teclado de una computadora, una lluvia que mezcla pensamientos, recuerdos, afectos, temas de tesis, diálogos, monólogos, poesías, cuentos, llantos y todo lo que no se dice. La máquina avanza y nosotras nos aferramos fuerte. La habitación se llena de lo que no se dice. Por eso les ruego que escriban toda clase de libros,por trivial o por vasto que sea el tema. Vuelve a resonar. Por eso, en la cresta de la cuarta ola del feminismo, y en la cresta de la ola perpetua de los fascismos, resistir con arte, teatro y tesis feministas, es una forma de reexistencia.
Al emerger, hay un cuaderno para compartir los sentipensares, pero recién hasta hoy la palabra aparece en forma de caminata.